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El no hitter con Urbano, Acosta, Vizquel y Pedrique

12/08/2022

Urbano Lugo Foto: Museo de Beisbol

Andriw Sánchez Ruiz | .

Caracas.- Mientras el taxi espera muy cerca de la puerta de su casa, el joven Urbano Lugo Jr. se termina de alistar para ir a trabajar. Como de costumbre, su morral es pequeño, con pocos objetos adentro. Con calma se sube al carro y le señala el camino al desconocido conductor.

“Al Estadio Universitario, por favor”, dice el pitcher cuya identidad, al parecer, no es reconocida. Pocos segundos transcurren para que el automóvil comience su andar.

“Hoy es el cuarto juego de la final Caracas-La Guaira”, suelta el taxista que, fiel a su profesión, es tan bueno con el habla como con el volante. “Eso seguro es taquilla (la creencia popular de que un equipo se deja ganar para alargar una serie de postemporada)”.  

El hilo de los pensamientos de Urbano se rompe para poner la atención en el chofer. “¿Y usted cree que eso exista?”, pregunta el pasajero de 24 años con palabras que, muy seguramente, poseen un tono de ironía.

“¡Claro!”, sentencia el hombre detrás del volante. “Caracas gana la serie 3-0 y no se puede titular barriendo. Seguro La Guaira gana por taquilla”.

La pequeña predicción (errada) del sábado 24 de enero de 1987 y el aire de superioridad del taxista tienen poco valor después de que Urbano lo apunta con la mirada, la misma que usará esa noche contra La Guerrilla.

“Mire, eso no existe y se va a acordar de mí esta noche”, afirma el derecho. “Porque yo soy el hombre que va a pitchar. Voy a ganar el juego”.

El sábado está lejos de ser un día normal. A los Leones les falta una victoria para evitar el tricampeonato de los Tiburones, que un año antes fueron mucho más que el Caracas en siete compromisos. La ansiedad está presente; la cercanía de la gloria puede causar un estrés y tensión tan grande como la proximidad de la desgracia. Son polos que encuentran equilibrio en una sensación.

Pero Urbano no siente frío ni calor. No se da mala vida por la inocultable transcendencia del momento. Come pabellón, se coloca unos shorts y comienza a caminar por el clubhouse melenudo. Apegado a la tradición, no sale al terreno. Se oculta en las sombras, escucha música instrumental y repasa el lineup de La Guaira. 

“Pedrique primer bate... Luego Guillén... Después Pérez Tovar”, piensa. Solo la preocupación del catcher novato Carlos Hernández lo saca del trance. 

“Me acabo de casar”, dice el receptor. “Necesito los reales que nos van a dar si quedamos campeones”. 

Tal vez la meditación ha hecho demasiado efecto en Urbano, pues no hay otra explicación para la contundente forma con la que le responde a Hernández. 

“Quédate tranquilo”, dice el abridor. “Hoy vamos a ser campeones. Tengo un buen presentimiento”.

 

En el terreno

Tal como siempre ha ocurrido, el diamante está lleno de vida mucho antes de que comience el juego. Reporteros y fotógrafos caminan cerca de los dugouts. Peloteros lanzan, batean y hablan. Entre la muchedumbre desperdigada está parado Humberto Acosta, periodista y columnista de El Nacional.

“Había mucha expectativa por parte del Caracas”, rememora el reputado y laureado comunicador. “Leones sabía que no podía darle una segunda oportunidad al gran equipo que tenía La Guaira que no expresaba entrega. Eran dos rosters muy buenos de figuras icónicas y con mucho talento”.

Cerca, en el campocorto, toma rodados la joven promesa de 19 años Omar Vizquel. Él no ha visto a Lugo debido al acostumbrado retiro de éste en las entrañas del clubhouse. Alfredo Pedrique, inicialista y primer bate de Tiburones, tampoco se ha topado con el pitcher del día, pero ya prepara un plan, junto con sus compañeros, para hacerle daño.

“Sabíamos lo que nos venía”, recuerda Pedrique. “Urbano no era un pitcher fácil. Era alguien agresivo, que no te iba a dar mucho margen para el error. Teníamos que atacarlo temprano porque si no íbamos a caer en su juego”.

Después de la práctica, Acosta deja el terreno de juego y se ubica en el palco de prensa, en lo más alto del Universitario. Toda persona necesita ver desde allí al menos un pitcheo, al menos una vez en la vida; es en ese lugar en donde los comunicadores tienen un campo de visión verdaderamente envidiable. Acosta se sienta y se prepara mentalmente. Su compañero de labores, el periodista Cristóbal Guerra, irá por las declaraciones, mientras que él se dedicará a la reseña.

 

 

El drama

Cada rincón del Universitario tiene una persona. Bajo su naturaleza anárquica, el estadio luce pletórico. No hay un escenario mejor que este para una hazaña. Tras los cuatro primeros innings las novedades no existen. Ceros para Caracas y ceros para La Guaira. En el quinto, Antonio Armas sorprende con un tablazo al antesalista Gustavo Pulidor y se engoma Lloyd McClenndon. Luego, con rolling a segunda base de Vizquel, Baudilio Díaz anota. 

Andrés Galarraga, con jonrón al jardín izquierdo, en el sexto capítulo, pone a soñar a Leones. Justo en ese momento Vizquel se enfoca en la pizarra y nota el dominio de Urbano. Comienza la sospecha de que un no hit no run puede aparecer.

“Allí te comienzas a concentrar más. Ves cada pitcheo y caes en cuenta que si un batazo pasa cerca de ti debes tirarte de cabeza”, cuenta Vizquel, que sabe bastante sobre cómo salvar a los pitchers con su guante. “Con cada lanzamiento de Urbano la gente gritaba: ‘oleeee, oleeee’. Todos sabíamos que algo especial ocurría”.

El séptimo inning trae más confianza al dugout de Leones y desesperación al de Tiburones. 

“Luis Salazar, el que tenía más experiencia de nosotros, nos sugería que esperáramos el mejor envío”, relata Pedrique. “Pero Oswaldo Guillén y Norman Carrasco decían que lo mejor era atacar la recta, su primer pitcheo, porque estaba encima del conteo”.

No importan los planes de la temible ofensiva guairista. Nada sirve esta noche. Al darse cuenta de la situación, el reportero Humberto Acosta deja el papel y el lápiz en reposo. No adelanta la reseña inning a inning como usualmente hace. Concentra su cerebro en realizar un memorable primer párrafo de lo que puede ser uno de los momentos más grandes en la historia del beisbol: un no hit no run, en una final y para decidir un campeonato.     

Mientras, Urbano está sentado solo en el dugout. Ningún león se le acerca. “No hay necesidad de hablar en esos momentos”, comenta Vizquel. “Todos saben lo que ocurre. Todos sienten la emoción”.

 

El clímax

Noveno episodio, el último. Leones arriba 4-0. En la parte alta del inning Armas dio doble a la pradera izquierda, avanzó a tercera base con roletazo de Jesús Alfaro a segunda y anotó con elevado de sacrificio de Dwight Taylor. 

Faltan tres outs para ponerle fin a la temporada 1986-1987. Urbanito camina al montículo. Su padre, Urbano Lugo Sr., lo observa desde la caseta de transmisión de Radio Caracas Televisión. En ese momento la vida pierde el sentido de realidad y se acopla a las exageraciones adheridas y necesarias del cine. 

Urbano hijo, además de completar una de las proezas más épicas para un escopetero, está cerca de emular a su progenitor, quien lanzó un no hit no run en 1973, con el mismo equipo, en el mismo estadio, también contra Tiburones y con el mismo receptor, Baudilio Díaz. Es para que cualquier guionista se frote las manos.

“Concéntrate”, dice la mente de Luguito. “Vienen ‘Café’, Norman Carrasco y Pedrique... Menos mal no estaré contra Guillén, ese es capaz de quitarme la broma con un podrido detrás de segunda”.

Café da un batazo contundente por tercera base. Jesús Alfaro toma la bola y lanza mal a primera. Los anotadores le dan error. Martínez, caminando en la inicial, se sacude de ira, así como el dugout guairista.

“Todos alzamos la voz en el dugout. No nos gustó la decisión del anotador”, cuenta Pedrique. Del otro lado, Vizquel le regala un halago a la astucia de Alfaro: “Él hizo lo que todos hubiésemos hecho. Lanzó mal porque la jugada iba a ser muy cerrada. La cosa le salió bien”.

Norman Carrasco es dominado con rolling al pitcher y Martínez avanza a segunda. Pedrique falla con elevado al primera base Galarraga. “Pensé en tocar la bola, pero hubiese sido una falta de respeto para Leones y Urbano”, explica.

El mayor temor de ese momento para Urbano, Oswaldo Guillén, hace todo lo posible por sacarlo de concentración. El gran campocorto se toma su tiempo en el plato y en un swing pesca una recta. La bola sale como láser a tercera base, pero es atrapada por Alfaro, quien demuestra que sí tiene precisión con un tiro a la inicial. Se sella la historia del juego.

Vizquel corre al centro del diamante. Pedrique se mete cabizbajo en el sepulcral clubhouse de La Guaira. Acosta, llevado por la emoción, se olvida de la utópica objetividad y le grita a un amigo en la tribuna: “¡Lo logró, lo logró!”. 

Y Urbano, con los brazos abiertos, recibe palabras lejanas de su padre, quien afirma ser “el hombre más feliz del mundo”.

 

*Crónica publicada en el Diario El Nacional, el domingo 29 de enero de 2017, y reeditada para la LVBP.com con motivo del cumpleaños 60 de Urbano Lugo Jr.

 

 

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